MEMORIAS Y VIVENCIAS DE UNA PAMPINA

 

 BRILLANTE ESTELA

  

Cuan grato es encontrarnos con un amigo pampino. Recordar nuestras vivencias idas, de aquel pasado que se nos fue distanciando, como una rauda estrella que cruzo el firmamento; dejándonos solo una brillante estela, la cual todos los pampinos queremos retener, rescatando todo lo bello que se quedó muy atrás en el tiempo; porque todos nosotros tenemos algo en común, y ese algo es nuestro gran amor por la pampa.

En nuestros corazones está muy latente el espíritu pampino, ese que nos hace vibrar cuando hacemos memoria de ella. Un día tuvimos que dejarla con mucha pena; fue como si algo se hubiese desprendido dentro de nosotros, pues bajo su límpido cielo vivimos lo mejor de nuestras vidas; nuestra infancia y juventud. Creo que mientras vivamos, jamás podremos olvidarla, porque la pampa siempre será para el pampino; pasado, presente y futuro.

"GINA"

 

 

Impresiones de mi Reencuentro con la Pampa

 

Con motivo del 1º de noviembre, un grupo de pampinos, hoy residentes en Antofagasta, hemos realizado un viaje a las ex oficinas Chile y Alemania. Este viaje ha sido organizado por un club recientemente formado por personas relacionadas con la pampa salitrera del cantón de Taltal.


“Hijos y Amigos del Cantón de Taltal”
(mi esposo Leonidas vestido como un obrero pampino)

 

Mientras el bus nos conduce, a mi mente afloran muchos recuerdos. Sentada junto a mi marido, mi imaginación me transporta en las alas del tiempo, y me veo en mi modesto hogar en la oficina Chile, junto a mis padres hermanos. Fue allí donde viví los mejores años de mi juventud. Surgen en mi mente, nombres e imágenes que se proyectan dando forma a situaciones vividas en la pampa. El bus devora con avidez, kilómetros y más kilómetros, y yo siento impaciencia por llegar pronto.

Cuando por fin llegamos a nuestro destino, al bajar del bus, me invade un extraño sentimiento, que podría describirlo como una mezcla de alegría y pena. Alegría, porque gracias a Dios he podido ver realizado un anhelo que jamás pensé se haría realidad: caminar nuevamente sobre estas tierras salitrosas, que me vieran saltar de la etapa de mi infancia a la de mi adolescencia y que supieron de todas mis inquietudes juveniles. Y pena, al ver estas pampas salitreras tan tristes y desoladas. Me parece increíble que aquí donde antes bullía la vida, hoy es todo soledad y abandono.

A nuestra llegada a la oficina Chile, un sol abrasador nos da la bienvenida, no muy grata por cierto; saliendo en nuestro auxilio el dueño de casa: el eterno viento de la pampa, quien muy solícito, nos brinda sus refrescantes caricias, que aminoran el calor reinante en este tan árido lugar. Con muchas sorpresas veo llegar muchos vehículos motorizados: taxi buses, autos y camionetas, todos ellos llenos de gente. La pampa se llena de colorido, de voces humanas y de rugidos de motores en marcha; ella vuelve a cobrar vida.

 

celebrandonuestrorecuerdo

Celebrando Nuestro Reencuentro con la pampa

 

hijosdelcanton

"Hijos del Cantón de Taltal Homenajeando a nuestra querida Pampa”

 

Al dirigirnos al cementerio, cada persona se da la tarea de ubicar los restos de sus seres queridos que se quedaron para siempre en la pampa. Puedo observar cómo se afanan limpiando y pintando nichos y rejas, depositando flores y coronas, como un homenaje a sus muertos.

Cementerio de la Oficina Chile (mi esposo “Leonidas”)

 

Luego de retirarnos del cementerio, nos esparcimos por todos lados; algunos nos dirigimos donde antes estuvo el campamento; buscando un rastro un vestigio de lo que fueran nuestras casas; otros encaminaron sus pasos hacia donde estuvo la pulpería, los lugares de trabajo y todo lo que componía esta pujante oficina salitrera durante el auge del salitre. En cada rostro puedo ver un dejo de nostalgia; creo que esta enriquecedora experiencia de reencuentro con la pampa, ha tenido una muy variada gama de matices: amigos que se reencuentran, recuerdos que emergen de un pasado evocador y que se atropellan en nuestra mente, vivencias que se quedaron muy atrás en el tiempo, pero que hoy parecen renacer en lo más recóndito de nuestro corazón.

Aquí nacieron y murieron amores, otros sobrevivieron, llegando a florecer en la unión del matrimonio, donde esas flores se convirtieron en frutos: nuestros hijos, y más tarde para muchos de nosotros, en nuestros nietos. Con mi marido hemos rememorado nuestro antiguo pololeo; tomados de la mano, hemos hecho el camino al desaparecido teatro, mientras un hijo y una nieta que nos acompañan, sonríen al vernos tan románticos. Luego nuestros ojos han buscado la pequeña plaza sombreada de pimientos, pero ya no existe nada, sólo algunos de estos nobles árboles, que cual centinelas, no abandonan su puesto.

Con la visión desoladora de esta abandonada oficina, nos dirigimos a la oficina Alemania. Durante el corto trayecto, el corazón se me oprime, al ver esas calicheras abandonadas; ya no se escucha el macho del pampino dándole duro a los bolones de caliche, ni el estampido de la tronadura; sólo el viento rompe el silencio sepulcral que allí reina.

A nuestra llegada, lo primero que hacemos es visitar el cementerio, donde se repite el mismo quehacer anterior. Con mi marido, mi hijo, mi nieta y algunos amigos, hemos visitado la tumba de mi gran amiga “Juanita Escobar”, nos hemos tomado unas fotografías junto a ella. Por mi mente desfilan muchos gratos recuerdos de nuestra hermosa amistad y cariño, y que se continuará más allá de la muerte.

 

cementeriodelaoficinaalemania

Cementerio de la Oficina Alemania
“Mi esposo junto a la tumba de mi amiga Juanita”

 

En seguida el bus nos lleva al campamento, donde nos instalamos a la sombra de que fuera el Retén de Carabineros, para servirnos los alimentos que cada uno hemos traído preparados. El cuidador de la oficina, muy amable nos ha proporcionado algunas bancas para acomodarnos mejor, gesto que todos agradecemos. Durante el almuerzo se vivió un clima de camaradería muy loable. Después de esto, tal como en la oficina Chile, nos esparcimos, queriendo saturarnos de la bastedad de estas pampas, que nos cobijaron por tantos años.

Para mí, todo ha sido muy interesante, pero hay algo que ha tocado las fibras más íntimas de mi sensibilidad, me ha impresionado grandemente la fidelidad de estos árboles del desierto, que luchan tenazmente por sobrevivir a nuestro abandono; algunos, aún conservan algo de verdor, otros yacen mutilados, sólo sus troncos nos hacen recordar con pena, que otrora tuvieron vida; y otros, totalmente secos, pero allí permanecen erguidos, negándose a sucumbir; mientras el viento, amorosamente los acaricia, agitando sus ramas, como queriendo revivirlos. Me he sentado en un viejo escaño, junto a uno de estos pimientos sin vida; lo he acariciado con mis manos, y en un lenguaje mudo le he dicho; “Gracias amigo mío, porque aunque ya no corre la sabia por tus ramas secas, aún puedes brindarme tu sombra; aún sigues siendo útil, y Dios por tu intermedio, me da una muy bella y valiosa enseñanza.

 

arboldelapampa

Árbol de la pampa salitrera del cantón de Taltal

 

Después de servirnos un tecito, abordamos de nuevo el bus, para trasladarnos de regreso a nuestra ciudad. Atrás va quedando la pampa con su soledad, y el eco de nuestras voces. A la orilla del camino, llama poderosamente mi atención un par de bototos, que algún pampino dejó allí, quizás queriendo simbolizar con ello el término de su última jornada en la pampa salitrera.

Realmente creo que ésta ha sido una experiencia muy especial, para todos los participantes de este viaje. Hemos logrado por un día, reunir el presente con el pasado.

 

Virginia Arévalo Olivares (Gina)

 

 

Anécdota Inolvidable 

 

De todas mis anécdotas vividas en la pampa, hay una que no olvidaré mientras viva. Corría el año 50, por ese entonces se usaba mucho el sistema de ventas contra reembolso desde Santiago a provincias, y mucha gente de las salitreras Oficina Chile, Oficina Alemania, y Flor de Chile hacíamos uso de este servicio. Los pedidos ya fueran por correo o ferrocarril, había que retirarlos en la estación Catalina, distante a 25 kilómetros de la oficina Chile. Para llegar hasta allí teníamos que hacer el viaje en el camión que la compañía tenía para llevar y traer pasajeros del tren, recoger y devolver las películas que se exhibían en las oficinas, y a la vez retirar y entregar la correspondencia en los correos.

Una tarde a comienzos de primavera, acompañada de una amiga de misma edad (15 años) nos embarcamos en el camión con el objeto de retirar un pedido de reembolso que yo había solicitado. En el vehículo nos encontramos con otra niña, también de 15 años, quien iba a dejar una encomienda. Al llegar a la estación nos dirigimos las tres a cumplir con el objetivo de nuestro viaje. Luego el tren hizo su ruidosa aparición y nos pusimos a contemplar lo que para nosotras era un interesante espectáculo.

El chofer del camión realizó todo su trabajo allí, y en seguida con el vehículo cargado de bultos y pasajeros se dirigió al pueblo donde retiraría la correspondencia en la oficina de correos. Mientras tanto nosotras, “las simpáticas”, haciendo gala de nuestra coquetería femenina, nos quedamos en la estación conversando y dándonos una manito de gato, la que se prolongó más de lo debido. Cuando recobramos la noción del tiempo, emprendimos la marcha hacia el pueblo separado un kilómetro de distancia de la estación ferroviaria. Al llegar nos llevamos una sorpresa mayúscula, ¡el camión ya no estaba!, nos había dejado en tierra, ¿qué hacer?. Muy preocupadas nos dirigimos a la casa de un señor dueño de una vieja camioneta, quien los días de pago viajaba con negocio a la oficina Chile. Al conversar con él le pedimos nos fuera a dejar; pero él nos manifestó que le era imposible, pues no tenía batería. Nuestra única esperanza se había desvanecido, la única alternativa que nos quedaba era devolvernos a pie y así lo hicimos. Adquirimos en algún almacén algunos panes y un poco de cecinas y emprendimos la marcha a las cuatro de la tarde, sirviéndonos nuestro alimento. Mientras el sol nos alumbraba todo iba “viento en popa”, caminábamos conversando y riendo con la alegría propia de la juventud. Dejábamos atrás la cuesta “El macho muerto”, sobre la cual se tejía una leyenda de que no sé qué fantasma que se les aparecía a los caminantes solitarios. Luego el sol se nos fue alejando hasta perderse en el horizonte, allí comenzaron nuestros temores, poco a poco la noche fue tendiendo su negro manto bordado de brillantes estrellas sobre la pampa dormida, y en nosotras desapareció la alegría, la risa escapó de nuestra boca. Mientras un mutismo sellaba nuestros labios caminábamos tomadas de la mano, cada cual sintiendo los acelerados latidos de su propio corazón, el miedo nos hacía sentir como si en las sombras algo o alguien nos acechara. El efecto de los sándwich consumidos comenzó a hacer su efecto produciéndonos una sed tremenda, creo que si hubiera sido de día, habríamos visto espejismos de agua en el desierto. A intervalos el sollozo de algunas de mis amigas rompía el silencio, personalmente sólo pedía ayuda al Señor y creo que nunca antes lo había hecho con más fervor.

Cuatro horas más tarde llegamos a nuestros hogares, cansadas, sudorosas y muertas de sed. Nuestros respectivos padres dieron un suspiro de alivio al vernos llegar sanas y salvas. Al día siguiente no me quería levantar, me dolía toda mi anatomía, igual les sucedió a mis compañeras. Al contar nuestra odisea a nuestros amigos no nos querían creer, era una aventura demasiada grande para tres quinceañeras. Fueron 25 kilómetros recorridos una oscura noche en la solitaria pampa taltalina; donde el miedo, la sed y el cansancio fueron nuestra compañía.

Virginia  Arévalo Olivares

 

 

Reminiscencia del Tren

 

¡OH... aquellos inolvidables viajes por tren! Al llegar a la estación, los pasajeros portando sus maletas, se acercaban a la boletería a comprar sus pasajes hacia el lugar donde se dirigían. Si viajaban con niños, el boletero, huincha en mano procedía a medir a éstos; si su medida alcanzaba el metro, debían pagar medio pasaje; si su medida era inferior al metro quedaban exentos de pago. Luego de cumplir con este trámite se trasladaban con su equipaje a la sala de espera, donde les aguardaban largos asientos de madera, allí se sentaban a conversar entre ellos para espantar el tedio de la espera de la llegada del tren, que casi siempre se retrasaba en su horario. Los niños aprovechaban muy bien el tiempo, haciendo competencia de quién duraba más equilibrándose sobre los rieles de la vía férrea. De vez en cuando se tendían en el suelo apegando sus oídos a los fierros y si escuchaban un leve ruido acompañado de una ligera vibración, se levantaban felices corriendo donde sus padres a anunciarles la proximidad del tren, los que al sentir el pitazo a lo lejos, se acercaban con su equipaje al andén.

Luego se hacía sentir al estrepitoso rechinar sobre los rieles. Apenas el longino se detenía, los viajeros procedían a embarcarse; junto con ellos subían los vendedores de empanadas, hallullas, sopaipillas, sándwich, bebidas, té, leche y agua caliente en botellas entre otras cosas, lo que ofrecían en forma apresurada antes que partiera el tren; casi siempre las botellas vacías eran devueltas por la ventana a sus dueños estando el convoy ya en marcha; mas de alguna vez, una de estas botellas fue a parar justo en la cabeza de un apenado pariente o amigo que despedía a algún viajero en el andén; esto hacía más dolorosa aún la despedida. Ya dentro de los coches, los pasajeros se acomodaban de la mejor forma posible; allí destapaban sus canastos que contenían sus fiambres, los que siempre se componían de gallinas cocidas, huevos duros, pan, etc., los que consumían con verdadero apetito.

Ocurrían cosas muy graciosas en los coches y por lo general eran los adoradores de Baco, los protagonistas de ellas; éstos eran encargados de poner la nota humorística en los viajes. Luego de tomarse unas cuantas botellas de licor, se ponían a dormir la mona, claro que después le iba como la ídem, pues al llega el tren a la estación donde debían bajarse, estaban sumidos en el más profundo sueño, entre los brazos de Baco y Morfeo. Al ponerse el longino en marcha nuevamente, pasaba el inspector revisando los boletos; al llegar donde ellos, debía sacudirles para despertarles y pedirles los suyos; éste al darse cuenta del problema, los hacía bajarse en la próxima estación con sus monos y con su “mona”. También había un pasajero muy especial; este era el “pavo”, individuo que por falta de dinero para costearse su pasaje, se embarcaba sin boleto. Los demás pasajeros solidarizando con él, lo metían bajo su asiento, cubriéndolo con sus mantas; así pasaba inadvertido por el inspector, pero en otras ocasiones no era tan afortunado, el funcionario lo descubría y después de llamarle la atención en forma muy severa, lo obligaba a bajar en la siguiente parada. Existía otro tipo de “pavo” del tren; éste era el pasajero que al detenerse el tren en una estación, se bajaba a estirar las piernas y se alejaba más de lo debido; un fuerte pitazo lo hacía comprender su imprudencia, entonces emprendía una desenfrenada carrera tras el monstruo mecánico; a veces lograba alcanzarlo, otras no tenía tanta suerte; su loca carrera de la línea era infructuosa; el “pate'fierro” era más rápido que sus piernas y así el pavito se quedaba en tierra no más.

En algunas estaciones donde el tren se detenía por más tiempo, se podían apreciar improvisadas cocinerías, donde mujeres de albos delantales ofrecían a los viajeros sus típicas cazuelas de ave, que cada cual ponía más énfasis en promocionar; sin embargo había algo que se quedaba en la incógnita; jamás especificaban el ave, pero lo que sí les quedaba bien claro a los ocasionales clientes era que las cazuelitas eran bien sabrosas. En el tren que venía desde el sur, viajaban muchos comerciantes con destino a las oficinas salitreras, donde vendían sus productos, los que consistían en frutas secas, charque, quesos, gallinas, etc. Cuando éste llegaba de madrugada a alguna estación, la cosa se ponía seria, pues irrumpían los vendedores en los coches ofreciendo a gritos su mercancía, despertando a los pasajeros que habían logrado dar algunas pestañadas, los que muy molestos lanzaban imprecaciones en contra de estos. Con todo este griterío, los niños también despertaban llorando; las gallinas empezaban a cacarear dentro de sus jabas y hasta algún gallito que viajaba por encargo, lanzaba su inspirado canto matinal, desde su reducido harem. Demás está decirlo que se formaba un alboroto del porte de un buque... perdón, del porte de un tren.

 

 Virginia Arévalo Olivares