Identidad Pampina

Extracto de mi Biografía

Con el correr del tiempo la oficina "Pedro de Valdivia" tuvo que ser despoblada debido a la alta contaminación ambiental que esta salitrera emitía. Y cuando esto ocurrió los pampinos emigraron a los pueblos vecinos, trasladandose la mayoría a la ciudad de Antofagasta. Entonces mi familia también se radicó en esta ciudad, y en la villa "Sol Plateado", una pequeña población conformada solamente por gente de la pampa.

La población Frei se compone de dos villas: la “Eduardo Frei” (en honor al ex presidente Eduardo Frei Montalba) y la “Sol Plateado” que era el lugar donde nosotros llegamos a vivir (su nombre se debe al color de sus casas, porque todas están hechas de un material de color gris), algunas familias se habían unidos para conseguir estas casas cuando aún vivían en la oficina “Pedro de Valdivia”. La gente de esta villa era muy sociable, sin duda alguna que tenía esta hermosa cualidad debido al medio que le había rodeado en la pampa, y el poco esparcimiento le hizo ser más sociable o más apegado a sus coterráneos.

En la Frei las costumbres de las inolvidables tierras calichosas aún permanecían vigentes (y hasta el día de hoy), “por ejemplo, todavía se conservaba el de celebrar las fiestas patrias como en las salitreras, por eso se construyó un quiosco musical o templete similar al de la oficina Pedro de Valdivia, allí la banda instrumental de la villa dirigida por el pampino Elmo Segovia Funes, mi tío (junto a mi padre, tío Nibaldo y demás músicos) tocaba retretas y obras musicales para la ocasión. La asistencia de toda la familia al desfile dieciochero era sagrada, y en estas fechas también no faltaban los zapatos nuevos y la buena pinta para los niños hecha por la mamá”.

Cuando entregaron estas casas yo tenía 10 años, y como toda niña de mi edad me adapté rápidamente en mi nuevo hogar, además que mis amigos no eran nuevos, ellos siempre habían formado parte de mi familia pampina. Los días que me quedaban de infancia los disfrutaba intensamente con la alegría y sencillez de esa vida donde todavía me parecía respirar el aire salitroso. Así como en Pedro de Valdivia, aún continuaban nuestros juegos en la calle durante el día, y por las tardes después de onces nuestras reuniones sentados a la puerta de una casa o en la esquina, contando cuentos y leyendas de la pampa que les habíamos escuchado a los más grande y que atraían nuestra atención, especialmente los cuentos de terror.

Al llegar el año 1973, yo ya estaba en los 13 años, y me encontraba cursando el séptimo año de la enseñanza básica en la pequeña escuela N°42, a la que llamaban "el gallinero" (hoy la F-78). Recuerdo que la situación de nuestro país entonces no era la mejor, porque en todas partes había escasez de alimentos, y en mi hogar también. Un día después de clases seguí a unas de mis compañeras que me había dicho que cerca de su casa estaban entregando aceite, pero al llegar a su barrio y golpear algunas puertas para pedir un poco de este producto fue en vano, porque nadie quiso responder a nuestro llamado, y me regresé muy triste a mi hogar, pues en él había una gran necesidad. Por la noche junto a unos amigos nos fuimos a poner en la fila de una panadería, porque había que amanecerse para conseguir un poco de pan, como niña todo esto yo lo veía como un juego también. Lo sorprendente fue que como a las seis de la madrugada llegan los carabineros a corretearnos, aludiendo que tenían órdenes de mandar a todas las personas para sus casas, y sin poder entender nada todavía, con mucha pena me tuve que devolver a mi hogar otra vez con las manos vacías. Cuando iba de regreso comencé a escuchar un gran ruido en las alturas, y al alzar mi vista al cielo me di cuenta que era el sonido que hacían muchos aviones de guerra en el aire. Entonces un poco atemorizada comencé a caminar más rápido, y cuando ya estaba por llegar a mi villa, comencé a divisar muchos militares que estaban cercando mi población. Al entrar en mi casa veo a mis padres muy preocupados, y quemando un cuadro del presidente de la república, que yo había había comprado en la feria para regalarselo a mi papá en el día de su cumpleaños. Entonces les pido a mis padres que me expliquen lo que estaba pasando, y enseguida ellos me respondieron en breves palabras, manifestándome que la situación estaba muy crítica en nuestro país, porque se había producido un golpe de Estado.

Desde ese día todo cambió en la población, los niños dejamos de asistir a la escuela por varios días, y ya no podíamos salir a jugar con nuestros amigos en la calle, menos reunirnos por las tardes a conversar, porque habían promulgado el famoso toque de queda. Los días en la villa se tornaron aburridos y porque no decirlo también muy difíciles, en más de alguna ocasión en mi casa fuimos atemorizados por algún escuadrón de militares que con fusil en manos allanaban nuestro hogar, a veces de día, y otras veces de noche, donde sobresaltados teníamos que levantarnos porque nuestro dormitorio estaba siendo invadido por soldados, los que revisaban hasta por debajo de la cama, y en más de alguna oportunidad estando ausente mi padre, porque en ese tiempo él trabajaba en Amincha (un mineral que está ubicado en la frontera con Bolivia). Muchas veces vi como se demudaba el rostro de mi madre preguntándoles a los soldados que era lo que pasaba, mientras sostenía a mi hermanita de tan sólo un año en sus brazos, pero ellos se limitaban a contestarle que sólo cumplían órdenes. ¡Pobre madre mía! además de todo esto, siempre se le escuchaba llorar y rogar a Dios por un hermano, que desde el pronunciamiento militar estaba desaparecido, y que nadie sabía nada de él; el temor de ella en realidad era grande, porque también habían desaparecidos algunos de nuestros vecinos, y según los rumores de por ahí, ellos ya estaban muertos. Pero un día, en el que mi madre amaneció muy optimista, nos contó que esa mañana cuando ella estaba orando a Dios por el tío, alguien le repitió a su oído el versículo del Salmo 91 que dice: “caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra, más a ti no llegará”. Entonces mi madre entendió que Dios había escuchado su oración y había librado de la muerte a su hermano, quien dos meses mas tarde llega a nuestro hogar buscando refugio.

Una tarde nos tocó vivir otra experiencia un tanto traumática, aún recuerdo claramente ese día cuando tocaron a la puerta y al asomarme por la ventana veo de nuevo a los soldados, pero ahora venían en un gran camión que llevaba muchos civiles adentro. Cuando yo abro la puerta, los soldados insolentemente entraron y sacaron a mi hermano mayor que sólo tenía diecisiete años, y que parecía un jilguerito de lo tan delgado que era. Entonces mi madre iba detrás de los militares suplicándoles que no se lo llevaran, porque él no había hecho nada, pero ellos haciendo caso omiso de sus ruegos y del llanto nuestro, subieron a mi hermano al camión y se lo llevaron. Nosotros imaginándonos tal vez lo peor, clamamos a Dios con todo nuestro corazón, y esta fe permitió que nada más malo le pasara, aparte de estar detenido por varias horas en el estadio Sokol de Antofagasta.

Estuve muy contenta cuando pude regresar a clases, porque por fin ya podía salir del encierro completo, y cada vez que volvía a casa después de la escuela me encontraba con los soldados que aún acordonaban la villa. A veces me sentía importante, me parecía ser la hija de un rey llegando a su castillo al ver tanta fortaleza, pero en otras ocasiones me preguntaba cuál era la razón de que a nosotros nos estuvieran aconteciendo estas cosas, porque al caminar por las calles me daba cuenta de que las otras poblaciones estaban libres de soldados. Por lo mismo llegaba a mi casa haciendo un montón de preguntas, a las que mi padre me respondía diciendo: lo que pasa hija, es que nosotros los pampinos somos personas muy importantes, porque siempre hemos sido gente de gran esfuerzo y de mucho trabajo. Entonces él comenzaba a hablarme sobre la historia del salitre el famoso oro blanco, me contó como nacieron las oficinas salitreras, y quienes fueron sus primeros dueños, creo que fue entonces cuando tome conciencia de mi "identidad pampina". También mi padre me contaba sobre la sufrida vida del obrero y su gran lucha por mejorar su situación laboral; como muchos trabajadores junto a sus mujeres y niños perdieron la vida en esta noble batalla, cuando eran reducidos por un batallón al protestar contra los abusos que entonces se cometían con los pobres pampinos. Con mucha desilusión también me enteré de tristes acontecimientos que habían ocurrido en las salitreras, como “la matanza de la Coruña”, la de “San Gregorio”, y “la matanza de los pampinos en la escuela Santa María de Iquique”, entre otras. Me conversaba mi padre que en aquel tiempo la mano de obra en la explotación del salitre era muy dura, y la realizaban hombres humildes que venían del norte chico y sur del país como también de países extranjeros, hombres que llegaban con la ilusión de ganar dinero para mejorar su mala condición de vida, pero la realidad era otra, los únicos que se beneficiaban con su gran sacrificio y hacían fortuna a costa de ellos, eran los dueños de las salitreras. Y que a pesar de las ganancias en aumento que estos empresarios obtenían, decía mi papá, parecía no preocuparles mucho la situación social de los trabajadores y sus familias, tampoco les inquietaba la brutal situación que en sus minas comúnmente trabajaran niños, ni las condiciones de trabajo y de sobrevivencia de los obreros que eran extremadamente difíciles, de ninguna manera esto representaba el respeto a la dignidad de sus trabajadores. Además mi padre me contó como más tarde los pampinos lograron las mejoras laborales gracias a su abnegación y valentía, también me decía que las oficinas salitreras son parte de nuestra historia, y que sus ahora ya raídos muros fueron testigos de antaño acontecimientos.

Mi madre como era muy creyente en Dios, en aquellos días nos hablaba solamente de las cosas bellas de la pampa, de como ella veía la gloria de Dios en las mágicas noches de cielos estrellados, y en los multiformes cerros de variados colores del desierto encantador. En ese tiempo cuando todo se hacía tan aburrido en la villa, por el hecho de tener que estar prácticamente encerrados todo el día en nuestra casa a causa del toque de queda, ella buscaba la manera de como entretener a sus hijos, entonces junto a mis hermanos nos reunía y comenzaba a contarnos sus entretenidas anécdotas vividas en la pampa, lo que nos hacía abstraer un poco de la fea realidad que estabamos viviendo en esos momentos.