ANÉCDOTA INOLVIDABLE

De todas mis anécdotas vividas en la pampa, hay una que no olvidaré mientras viva. Corría el año 50, por ese entonces se usaba mucho el sistema de ventas contra reembolso desde Santiago a provincias, y mucha gente de las salitreras Oficina Chile, Oficina Alemania, y Flor de Chile hacíamos uso de este servicio. Los pedidos ya fueran por correo o ferrocarril, había que retirarlos en la estación Catalina, distante a 25 kilómetros de la oficina Chile. Para llegar hasta allí teníamos que hacer el viaje en el camión que la compañía tenía para llevar y traer pasajeros del tren, recoger y devolver las películas que se exhibían en las oficinas, y a la vez retirar y entregar la correspondencia en los correos.

Una tarde a comienzos de primavera, acompañada de una amiga de misma edad (15 años) nos embarcamos en el camión con el objeto de retirar un pedido de reembolso que yo había solicitado. En el vehículo nos encontramos con otra niña, también de 15 años, quien iba a dejar una encomienda. Al llegar a la estación nos dirigimos las tres a cumplir con el objetivo de nuestro viaje. Luego el tren hizo su ruidosa aparición y nos pusimos a contemplar lo que para nosotras era un interesante espectáculo.

El chofer del camión realizó todo su trabajo allí, y en seguida con el vehículo cargado de bultos y pasajeros se dirigió al pueblo donde retiraría la correspondencia en la oficina de correos. Mientras tanto nosotras, “las simpáticas”, haciendo gala de nuestra coquetería femenina, nos quedamos en la estación conversando y dándonos una manito de gato, la que se prolongó más de lo debido.

Cuando recobramos la noción del tiempo, emprendimos la marcha hacia el pueblo separado un kilómetro de distancia de la estación ferroviaria.

Al llegar nos llevamos una sorpresa mayúscula, ¡el camión ya no estaba!, nos había dejado en tierra, ¿qué hacer?. Muy preocupadas nos dirigimos a la casa de un señor dueño de una vieja camioneta, quien los días de pago viajaba con negocio a la oficina Chile. Al conversar con él le pedimos nos fuera a dejar; pero él nos manifestó que le era imposible, pues no tenía batería. Nuestra única esperanza se había desvanecido, la única alternativa que nos quedaba era devolvernos a pie y así lo hicimos. Adquirimos en algún almacén algunos panes y un poco de cecinas y emprendimos la marcha a las cuatro de la tarde, sirviéndonos nuestro alimento. Mientras el sol nos alumbraba todo iba “viento en popa”, caminábamos conversando y riendo con la alegría propia de la juventud. Dejábamos atrás la cuesta “El macho muerto”, sobre la cual se tejía una leyenda de que no sé qué fantasma que se les aparecía a los caminantes solitarios. Luego el sol se nos fue alejando hasta perderse en el horizonte, allí comenzaron nuestros temores, poco a poco la noche fue tendiendo su negro manto bordado de brillantes estrellas sobre la pampa dormida, y en nosotras desapareció la alegría, la risa escapó de nuestra boca. Mientras un mutismo sellaba nuestros labios caminábamos tomadas de la mano, cada cual sintiendo los acelerados latidos de su propio corazón, el miedo nos hacía sentir como si en las sombras algo o alguien nos acechara. El efecto de los sándwich consumidos comenzó a hacer su efecto produciéndonos una sed tremenda, creo que si hubiera sido de día, habríamos visto espejismos de agua en el desierto. A intervalos el sollozo de algunas de mis amigas rompía el silencio, personalmente sólo pedía ayuda al Señor y creo que nunca antes lo había hecho con más fervor.

Cuatro horas más tarde llegamos a nuestros hogares, cansadas, sudorosas y muertas de sed. Nuestros respectivos padres dieron un suspiro de alivio al vernos llegar sanas y salvas. Al día siguiente no me quería levantar, me dolía toda mi anatomía, igual les sucedió a mis compañeras. Al contar nuestra odisea a nuestros amigos no nos querían creer, era una aventura demasiada grande para tres quinceañeras. Fueron 25 kilómetros recorridos una oscura noche en la solitaria pampa taltalina; donde el miedo, la sed y el cansancio fueron nuestra compañía.

Virginia  Arévalo Olivares